El cerebro del inversor: lo racional y lo emocional
En toda toma de decisiones de los seres humanos existe un componente racional y un componente emocional. Cada decisión podrá requerir para que la misma sea óptima de un mayor peso de lo racional o por el contrario de lo emocional, pero sea como sea no podrá evitar que en realidad existan los dos tipos de influencias, y ello también afecta al campo de las inversiones. Veámoslo.
Inversión racional vs inversión emocional
Cualquier persona que invierta y que tome decisiones directamente tiene que tener siempre muy presente que cualquier decisión que tome estará pasada tanto por el sesgo de lo racional, pero también de lo emocional y ello puede tener un gran impacto.
Y es que por mucho que un inversor pueda presumir de que toma las decisiones de un modo meramente racional ello no es cien por cien verdad, como tampoco es cierto cuando otro inversor dice que el tan sólo se deja llevar por su intuición, por sus percepciones, por sus sentimientos y por sus emociones. Nada de ello es cierto, pues siempre tomará un poco de cada uno de esos ingredientes.
Obviamente pueden haber personas que toman decisiones de un modo mucho más racional y otras que lo hacen de un modo más impulsivo, más emocional, pero ninguna persona puede tomar (a no ser que tenga una enfermedad que le elimine por completo el raciocinio o por el contrario la capacidad emotiva por supuesto, pero ese ya sería otro, extraño y particular caso) decisiones sin que en ellas allá incorporado algún grado de raciocinio y algún grado de emoción o sentimiento.
La mente inversora influenciada por lo emocional puede afectar a lo racional y viceversa
En toda toma de decisiones se encuentran en algún grado y otro cada uno de los ingredientes anteriormente mencionados, pero, ¿qué sucede cuando uno de estos ingredientes influye decisivamente en la toma de decisiones? Pues lo que sucede es que la decisión que se tome sea cuanto menos poco acertada.
Encontrar el equilibrio perfecto entre los ingredientes no es fácil, pero debe intentarse siempre encontrar el punto de equilibrio entre ellos pues es la mejor forma de tomar las decisiones inversoras que se deban tomar.
Si, por ejemplo, nos centramos primero en el supuesto de que la parte racional de su mente tiene un peso muy mayoritario, casi absoluto (hemos dicho que absoluto no es posible en casos estándar, pero que sí que pueden existir distintos grados de cada ingrediente, que los mismos no tienen que ser homogéneos y, en consecuencia, las balanzas pueden no mantenerse equilibradas) aunque no plenas, nos podemos encontrar ante el caso que sus tomas de decisiones en el ámbito inversor se tornen demasiado rígidas.
Cierto es que la toma de decisiones en el ámbito de las inversiones requiere de un buen grado de ingrediente racional, pero también lo es que si el peso de este ingrediente se torna desmedido desequilibrando absolutamente la balanza puede llegar a provocar tomas de decisiones poco óptimas. Poco óptimas pues una toma de decisiones inversoras enfocadas casi únicamente desde el prisma racional puede pecar del excesivo rigorismo, de la excesiva rigidez que este atributo puede adherirle a la toma de decisión en cuestión. Y es que existen muchas tomas de decisiones que sólo y tan sólo tomadas racionalmente no serían positivas, pues existen detalles, existen matices, existen elementos que tan sólo desde lo emocional, desde lo sensorial, desde la percepción y la intuición se puede captar, se pueden detectar.
Evidentemente una toma de decisiones enfocada tan sólo desde lo emocional también adolecería de defecto, y de muy graves, pues una decisión inversora tomada tan sólo desde el prisma irracional de lo impulsivo y lo pasional puede carecer, y carece, del más puro análisis que garantice la buena decisión, o como mínimo que minimice el riesgo de tomar una mala decisión.
Muchos dirán que se puede tomar una decisión muy emocional y puede salir bien, o por el contrario que se puede tomar una decisión analizada al detalle de lo racional y resultar acertadísima, y que ello avala una u otra toma de decisiones, ninguno de los dos supuestos es cierto.
Y ninguno de los dos supuestos anteriores es cierto pues los mismos parten de una premisa que en su raíz es falsa. Puede llegar a ser cierto obviamente que una toma de decisiones tomada casi únicamente desde lo racional o, por el contrario, desde lo emocional resulte acertada, resulte la mejor opción, ¡faltaría más! Pero que eso sea así en algunos casos no significa que sea la mejor opción para todos los casos.
Para concluir y dicho de otro modo lo anterior, la suerte y las probabilidades también influyen en la toma de decisiones, así que un tipo de inversión salga bien ante una determinada posición mental que la ha llevado a tomar no significa que en el conjunto de la toma de decisiones esa decisión sea precisamente la acertada.